Básicamente, se trata de partículas ultrapequeñas de grasa llamadas nanopartículas lipídicas (LNP, por sus siglas en inglés). Y aunque sean pequeñas, estas partículas actúan como vehículos de transporte que pueden llevar información genética vital por nuestras células. Si bien han estado aquí durante más de una década, aquí están, no solo alterando las vacunas, sino mejorándolas. La mayoría de las vacunas son de la variedad de la vieja escuela: utilizan gérmenes debilitados o muertos que obtenemos a través de inyecciones. Una vez que recibimos estas inyecciones, nuestro sistema inmunológico reconoce el aspecto de los gérmenes y aprende a atacarlos. Sin embargo, en algunos casos, estos gérmenes debilitados o muertos no son lo suficientemente potentes como para hacer que nuestro sistema inmunológico realice el tipo de trabajo que deseamos que aborde. ¡Y aquí es donde entran en acción las LNP! Lo hacen al brindarnos una pieza de información muy crucial que enseña a nuestras células cómo identificar los gérmenes reales y permitirles luchar cuando ingresan a nuestros cuerpos.
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